Entre las dunas del Sahara vive la población predominantemente bereber (Imazighen): aquí han construido toda su vida cotidiana, hecha de sol, arena, oasis; aquí, el contacto continuo con la naturaleza es un concepto familiar muy arraigado.

Durante una excursión por el desierto del Sáhara, entrará en contacto con la vida cotidiana de esta zona. Una experiencia para los que tienen tiempo y curiosidad por descubrir.

En las horas previas a la excursión, lo más probable es que pase la noche en el campamento, probablemente acompañado de un cielo estrellado, la Vía Láctea le emocionará más de la cuenta, y con la nariz al aire caerá en un sueño profundo y ligero.

Normalmente el primer encuentro que haces en el camino son los niños con sus fennecs (zorros del desierto): los crían dentro de casa como si fueran gatos; son preciosos, mimosos, pero cuidado porque muerden. siguen siendo zorros

Volvemos a salir por las pistas y nos detenemos en el pueblo de Khamlia, donde vive un grupo de origen marroquí pero de etnia maliense.

Fueron “importados” como esclavos, pero han conseguido mantener vivas sus tradiciones; ¿su fuente de sustento? La música, la música “gnawa” que tocan cada día para los numerosos viajeros que les visitan y que, acompañados de una de las muchas tazas de té del día, se quedan a escuchar sus canciones y pronto todos son invitados a bailar juntos.

Y es en este paisaje donde se encuentran las familias nómadas que han hecho del desierto su “morada habitual”: una tienda de campaña.

Es su “casa móvil”, sólida, que ofrece protección contra el calor y el frío de la noche.

El tejido está hecho de pelo de cabra o de camello. El interior suele estar dividido en dos partes: por un lado, la cocina, reservada a las mujeres, y por otro, la parte reservada a los hombres y a los invitados.